jueves, 18 de agosto de 2011

La Caverna de Platón, Heidegger y Carpio.

La situación en que se encuentran los prisioneros es la situación con que comienza nuestra humana existencia: comenzamos estando como "dormidos", es decir, "olvidados" de lo que en realidad somos -el olvido, para Platón, de que nuestro verdadero ser no es el ser físico, sensible, corporal, sino nuestra alma. Pero si estos términos de "alma" y "cuerpo" -sobre todo entendidos como entidades diametralmente opuestas- parecen expresiones poco adaptadas a los problemas y al contexto de nuestro mundo contemporáneo (mundo que, entre otras cosas, se caracteriza por un profundo desconocimiento de todo lo que tenga sabor a cosa religiosa, porque el hombre contemporáneo carece de sentido para lo sagrado, lo cual, entiéndase bien, no implica necesariamente ninguna "fe" determinada), puede expresarse lo que dice Platón con ayuda de otra terminología. Con expresiones de la filosofía de la existencia, se dirá entonces que, en primera instancia, y ante todo, vivimos en el anonimato, en el olvido de nosotros mismos, porque en nuestra vida diaria somos, no nosotros mismos como auténticas personalidades libres, sino que nos encontramos sometidos al poder de un tirano impersonal, que en términos sociológicos puede denominarse "la gente", y que en términos filosóficos llama Heidegger el "se" o el "uno". En efecto, en la mayor parte de nuestros actos no nos comportamos como personas autónomas que libremente deciden hacer esto o lo otro, sino que hacemos lo que la "gente" hace; compramos un aparato de televisión o nos cortamos el cabello de cierta manera, porque "la gente" ve televisión, porque "se" usa tal corte de cabello, "uno" compra tal semanario presuntamente intelectual porque es lo que "se" lee. Se trata entonces de actitudes, inclusive de "ideas", que se adoptan por una especie de imposición del medio social en que se vive; y en todos esos casos es el "se", el "uno", el impersonal, el que decide, y no nosotros mismos; y esa tiranía o dominación impide entonces que llevemos una existencia auténtica, nos impide descubrirnos en lo que nosotros mismos somos, y oculta nuestra verdadera realidad con la especie de máscara que nos impone. Y es preciso no perder de vista que el impersonal no sólo dicta las modas en materia de ropas o peinados, sino que también hay modas en el campo de las ideas, esto es, ideas impuestas por "la gente": son muchos, en efecto, los que participan de determinadas ideas políticas porque son las ideas políticas de moda, lo que "queda bien", lo que ahora "se" piensa -como si el impersonal pudiese pensar, y olvidando que el pensar es siempre eminentemente personal.
Ahora bien, nuestro objeto, puesto que nos dedicamos a la filosofía, y en general el objeto de todo hombre que no quiera ser víctima del engaño, es llegar a la verdad que se esconde tras los fenómenos de este mundo sensible, o tras las opiniones del impersonal. Por tanto, si se quiere alcanzar la verdad, debemos comenzar por eliminar el error, porque en nuestro punto de partida, como en la situación en que Platón inicia su relato, en la condición con que comienza en cada caso la existencia humana, nos encontramos en el error: ésta parece ser la situación primera del hombre. Por eso Sócrates había enseñado que el método filosófico ha de comenzar por la refutación, que consiste en purgar el alma de los falsos conocimientos que la tienen encadenada y le impiden el acceso a la verdad; luego, ya purificada, podrá volverse sobre sí misma y reconocerse tal como en realidad es

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