lunes, 25 de junio de 2012

Despierta amigo, abandona la infancia (Parte III)


“... comparemos nuestra conciencia con una capa de agua de cierta profundidad. Las ideas claramente conscientes son, nada más que la superficie, la masa de agua es lo indistinto: los sentimientos, la sensación posterior a las percepciones, las intuiciones y, aquello que experimentamos en general ... Esta masa de la totalidad de la conciencia está en movimiento constante, en proporción a la vivacidad intelectual y a las diáfanas representaciones de la imaginación, las ideas claras expresadas en palabras y las resoluciones de la voluntad son lo que llega a la superficie a consecuencia de este movimiento. Todo el proceso de nuestro pensamiento y nuestras decisiones raramente yace en la superficie, es decir, rara vez se compone de una concatenación de juicios claramente concebidos, a pesar de que aspiramos a ello, con el fin de darnos una explicación a nosotros mismos y a otras personas. Pero, generalmente, la reflexión sobre el material del exterior, mediante la cual dicho material se convierte en ideas, tiene lugar en las oscuras profundidades de la mente. Esta reflexión se produce casi tan inconscientemente como la conversión del alimento en los bosques y en las sustancias del cuerpo. De ahí que, a menudo, seamos incapaces de explicar el origen de nuestros más profundos sentimientos; son fruto de nuestro ser íntimo y misterioso. Los juicios, las ideas repentinas, las resoluciones, emergen de esas profundidades, inesperadamente, para nuestro propio asombro... 

... La conciencia es la mera superficie de nuestra mente y, de ella, como del globo terráqueo, no conocemos el interior sino sólo la superficie... 
... Muchas veces no sabemos lo que deseamos o tememos. Podemos tener un deseo durante años sin que nosotros mismos lo admitamos o, sin que nos permitamos siquiera ser plenamente conscientes al respecto, porque el intelecto no debe saber nada de él, dado que la buena opinión que tenemos de nosotros mismos se vería lastimada. Pero, si el deseo es satisfecho, comprendemos, por la alegría que nos produce —no exenta de cierto sentimiento de culpa—, que eso era lo que deseábamos, por ejemplo, la muerte de un familiar cercano del que somos herederos. A veces no sabemos lo que tememos realmente porque nos falta valor para ser plenamente conscientes de ello. De hecho, a veces estamos completamente equivocados acerca del motivo por el que hacemos o dejamos de hacer algo, hasta que algún accidente nos revela el secreto y nos hace comprender que el verdadero motivo no era el que pensábamos, sino algún otro que no deseábamos admitir... En algunos casos, esto puede ir tan lejos como para que un hombre ni siquiera adivine el verdadero motivo de su acción..."

Arthur Schopenhauer. 
El mundo como voluntad y representación.

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