"El hombre es siempre un narrador de historias...
trata de vivir su vida como si la contara."
J. P. Sartre: La náusea.
La filosofía del “primer” Heidegger
sostiene que el hombre –al que denomina Dasein “ser ahí”– es de suyo
comprensión e interpretación, y que de hecho se encuentra existiendo en un
mundo ya interpretado.
Mismidad y alienación
En su situación, el ser-ahí, debe asumir
su poder-ser, debe llegar a ser él mismo. Pero, también de hecho, se encuentra
siempre ya inserto en un sistema de creencias, conocimientos y valoraciones que
no son propiamente los suyos, sino los de todo el mundo: se encuentra ya
interpretado por el impersonal y omnipresente “uno” (das Man), que es el quién
de la existencia cotidiana.
Así, pues, la tarea de llegar a ser sí
mismo equivale a la resolución de realizar un proyecto de sí mismo cuyo
mantenimiento constituye la fidelidad de “la existencia con respecto a la
propia mismidad” (1).
Narrativa y temporalidad
Estos escasos elementos de una
fenomenología de la existencia, muestran la perplejidad del filósofo tras la
destrucción de la idea de un sujeto sustancial y de la consiguiente posibilidad
de fundamentar la filosofía en un saber primero e inconmovible de ese mismo
sujeto.
Nuestra tesis, basada en la obra de Paul
Ricoeur (2), sostiene que esa perplejidad puede hallar una “réplica poética” en
la narrativa (histórica o de ficción), que no es un simple entretenimiento sino
el modo más apropiado en que el existente humano da (se da) cuenta de su propia
temporalidad e historicidad.
El personaje sartreano de La
Náusea afirma que “cuando uno vive, no sucede nada. Los decorados
cambian, la gente entra y sale, eso es todo. Esto es vivir. Pero al contar la
vida, todo cambia”. ¿Por qué? Porque, según nuestra opinión, la acción de
contar es una suerte de laboratorio experimental que anticipa las opciones de
la vida real y predispone para la decisión moral. Sirve de modelo de la propia
mismidad, entendida no como la estabilidad de un carácter o la constancia de un
ser substancial sino más bien como ese modo de existir que se sostiene en el
ser en virtud de la fidelidad, como se cumple una promesa: es la persona en
cuanto maintien de soi, en cuanto el otro puede contar con ella
(3).
Lectura y apropiación
En el mundo común ya interpretado, el
existente encuentra también las historias, los textos y se apropia de ellos en
el acto de la lectura que lo sustrae de la caída en el uno, creando una
distinción que explicita la suerte de ser-en-el-mundo desplegado delante del
texto, pues, por muy fantasiosa que sea la trama de un texto de ficción, no
deja de ser una variación imaginaria del mundo, que el lector sólo comprenderá
si a su vez también pone en juego las variaciones imaginarias de su propio ego.
La fusión del horizonte histórico propio
con el ajeno del texto le permite al lector vislumbrar un modelo de su propia
mismidad, presentida como la identidad surgida de un relato, la identidad
narrativa. En efecto, la indagación del artista en su propia vida, trasmutada
mágicamente en una narración, no tiene otra finalidad que la de recuperar lo
propio –la mismidad– sepultado por las sedimentaciones de los hábitos y las
urgencias de la vida social y pragmática “ese trabajo de escritor –dice Proust–
de intentar ver algo diferente bajo la materia, bajo las palabras, es
exactamente el trabajo inverso del que, cada minuto, cuando vivimos apartados
de nosotros mismos, el amor propio, la pasión, la inteligencia y también la
costumbre realizan en nosotros, amontonado encima de nuestras impresiones
verdaderas, para ocultárnoslas enteramente, las nomenclaturas, los fines
prácticos que llamamos falsamente la vida” (4). Ese esfuerzo del creador
traducido en el texto y compartido por el lector, ayuda a constituir la
identidad de cada uno en una narración coherente. Ahora bien, cada lector,
según Proust, “es, cuando lee, el propio lector de sí mismo”, de modo que la
lectura se convierte en una experiencia de pensamiento por el cual nos
ejercitamos a habitar mundos extraños a nosotros mismos, y no como un juego
irreal sino como un desafío con consecuencias morales, pues como dice Ricoeur
un relato “jamás es estéticamente neutro”, si no más bien “el primer
laboratorio del juicio moral”.
El lector, por ende, debe convertirse a su
vez en agente, en iniciador de acción, al elegir entre las múltiples propuestas
éticas ofrecidas por la lectura.
Psicoanálisis y
narración
La experiencia
psicoanalítica es muy instructiva en este respecto, puesto que en la
psicoterapia “unos procesos interrumpidos se integran en una historia completa
(que se puede narrar)” (5). En efecto, la finalidad de la cura es sustituir los
fragmentos inconexos de la historia personal, que se han hecho ininteligibles e
insoportables, por una historia coherente y aceptable en la cual quien se
somete al análisis –que ha sido, auxiliado por el analista, el autor de tal
historia– pueda reconocer su identidad.
Allí se ve cómo la
historia de una vida se constituye por medio de una serie de rectificaciones de
relatos previos, lo cual, por otra parte, encuentra su pedant en la
constitución de la identidad narrativa de pueblos y comunidades, como la
muestra ejemplarmente el caso del pueblo judío: en ambos casos, un sujeto se
reconoce en la historia que él mismo se cuenta a sí mismo sobre sí mismo.
Vida y literatura
La identidad narrativa
puede ilustrarse, además, recordando que para Aristóteles “la poesía es más
filosófica y elevada que la historia”, ya que ésta atiende sólo a lo particular
y accidental, mientras que la poesía se atiene a lo que puede suceder. Al no
estar atado al detalle confuso de los hechos, el poeta, el dramaturgo, el
novelista, selecciona y reordena las acciones en la trama rígida de un mito –lo
que Ricoeur llama mise en intrigue–. Si tenemos en cuenta que en la vida real
el sentido de los sucesos se aclara, por así decirlo, a posteriori, desde el
punto final hacia el que tendrán sin que lo supiéramos, bien puede uno a veces
pensar que en realidad no pasa nada, como decía Sartre; y que por ello “hay que
escoger entre vivir o contar” o, como decía Pirandello, “en verdad la vida o se
vive o se escribe” (6); hay que elegir entre la náusea del caos y el
sinsentido, y el sereno orden del relato, pues únicamente narrándola se ordena
la insostenible incoherencia de todo existir, pues elimina lo accidental, lo no
perteneciente al fin de lo narrado –al sentido de la acción– conservando tan
sólo los momentos que integran el ideal aristotélico de “una acción completa y
entera, con un comienzo, un medio y un fin”.
En la vida real, en
efecto, “ninguna acción tomada por sí misma es un fin (una conclusión) sino en
tanto que en la historia contada ella concluye en curso de acción, desata un
nudo, compensa la peripecia del héroe con un acontecimiento, sella el destino
del héroe con un acontecimiento último que clarifica toda la acción” (7). El
dilema de Sartre y Pirandello se disuelve si se tiene en cuenta que, en verdad,
se escribe para vivir, para que la vida encuentre su identidad al reconocerse
en la historia que se cuenta a sí misma. Tal es quizás el sentido de la
revelación final de las laboriosas búsquedas de la recherche proustiana, cuando
Marcel, al cobrar conciencia del tiempo incorporado a su propia existencia y
recuperado en las reminiscencias involuntarias y en la fidelidad a la futura
obra, expresa:
“La verdadera vida, la vida al fin descubierta y dilucidada,
la única vida, por lo tanto realmente vivida, es la literatura” (8). Pero esto
no es una mera apología de la literatura, sino la reafirmación de la sentencia
socrática: una vida sin examen no merece ser vivida. Y este examen es
precisamente narrativo, en la medida en que –como dice Ricoeur– “comprenderse
es apropiarse de la historia de su propia vida. Ahora bien, comprender esta
historia es hacer el relato de ella, guiados por los relatos, tanto históricos
como ficticios, que nosotros hemos comprendido y amado” (9).
Mario A. Presas
Para La Nación,
La Plata, 1993.
(1) Heidegger, Sein und Seit, Tublingen, 1953,
Pág. 391.
(2) Remito en general a mis ensayos “Metáfora, relato y
acción. Aproximaciones a la obra de P. Ricoeur”. LA NACIÓN, 27-09-87 y “Los
caminos divergentes de Paul Ricoeur” LA NACIÓN, 14-02-93.
(3) Cfr. Paul Ricoeur, Soi-même comme un autre,
Paris, 1990, Cap. 6 “Le soi et l´identité narrative”.
(4) Marcel Proust, En busca del tiempo perdido 7: El
tiempo recobrado, Madrid, 1969, Pág. 246.
(5) Hans-Georg Gadamer, Verdad y método II.
Salamanca, 1992, Pág. 241.
(6) Cfr. Mario Presas, “Vida y arte en L. Pirandello”,
Criterio, XLVII, N 1707/08.
(7) Paul Ricoeur, Du texte a´ l´ action, París,
1986, Pág. 14.
(8) Proust, op. cit, Pág. 246.
(9) Paul Ricoeur “Auto-comprehension et histoire”, en Calvo
Martinez y Avila Crespo (Eds.), P. Ricoeur, Los caminos de la
interpretación, Barcelona, 1991, Pág. 25.
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