Éramos amigos y nos hemos vuelto extraños. Pero es bueno que sea así, y no trataremos de disimularlo ni de ocultarlo como si debiéramos avergonzamos por ello. Como dos navíos con rumbos y destinos propios, podemos sin duda cruzarnos y celebrar juntos una fiesta al igual que hacíamos antes. Así, esos buenos navíos descansaban el uno junto al otro en el mismo puerto, bajo el mismo sol, tan serenos corno si hubiesen llegado a la meta, su mismo destino. Pero luego la llamada irresistible de nuestra misión nos impulsó de nuevo a alejarnos el uno del otro, cada uno por mares diferentes, hacia tierras y bajo soles distintos, quizás para no volvernos a ver nunca, quizás también para volver a vernos una vez más, pero sin reconocernos; ¡los mares y los soles distintos nos deben de haber cambiado! La ley que existe por encima de nosotros quiso que llegásemos a ser extraños el uno al otro; por eso mismo, debemos respetarnos más entre nosotros. Por eso mismo debe resultarnos más sagrada nuestra antigua amistad. Es probable que exista una inmensa curva invisible, una inmensa vía estelar donde nuestros rumbos y metas divergentes se hallen inscritos como ínfimos trayectos. ¡Elevémonos a este pensamiento! ¡Pero nuestra vida es demasiado breve, nuestra vista es demasiado débil para que podamos ser más que amigos en el seno de esta posibilidad sublime! Por eso queremos creer en nuestra amistad de estrellas, aunque debamos ser enemigos en la tierra.
F.W.N.